Durante mis años universitarios para formarme como nutricionista, recuerdo muy bien aprender los múltiples beneficios que tiene la leche materna en la salud. Los beneficios conocidos hasta ese momento en la salud del lactante y de la madre eran suficiente razón para desear algún día poder brindar lactancia a un hijo mío.

Pasaron más de diez años y en mi práctica profesional los beneficios se volvieron solamente un recuerdo porque en mi día con día no formaban parte de mis labores profesionales. Si alguien me preguntaba desempolvaba mi memoria y mencionaba la calidad nutricional de la leche, las bondades del calostro, la rápida recuperación materna y el apego que podía generar para el dúo madre-hijo.

Luego de que mi prueba de embarazo diera positivo, dentro de las mil alegrías que podía experimentar y las dudas que quizás se generaron en mi interior un tema seguía estando muy claro, amamantar a mi hijo. Pero sabía que 12 años implican tanto conocimiento y avance científico que me di la tarea de volver a leer, investigar, reaprender todo lo relacionado con la lactancia materna. Los avances actuales cada día me sorprenden más, el conocimiento con el que contamos tanto los profesionales en salud, como los padres, sobre el funcionamiento de la leche materna es sencillamente sorprendente, como un líquido generado por nuestro cuerpo puede ser tan versátil, vivo, cambiante y siempre perfecto, sin importar las condiciones pero adaptado a ellas, sobre todo adaptado al lactante.

El día que nació mi hijo tuve una cesárea de emergencia que requirió luego del nacimiento, ponerme anestesia general. No poder dar a luz como había soñado, ni poder amamantar a mi hijo en su primera hora de nacido fue un pequeño duelo para mí, las cuatro horas de espera luego de haber despertado hasta que lo llevaron a mi cama fueron largas y mi ansiedad crecía. Ese primer momento de abrazarlo, de tenerlo cerquita, de ofrecerle el pecho y que él lo recibiera sin ningún problema fue hermoso y fue un alivio. Sentía que ya todo desde ahí sería más sencillo.

No fue así, la lactancia materna puede ser retadora. Siempre he considerado que soy una persona fuerte con convicciones y que se apega a ellas, en mí no cabía duda alguna que dentro de mis posibilidades no podía hacer nada mejor para mi hijo, toda una gran cantidad de evidencia científica y mi esposo me respaldaban. Entonces cuando se ha presentado algún obstáculo desde “producción baja”, dolor en los pezones, dos pre-mastitis, cansancio, regresar al trabajo a los tres meses de vida de mi hijo, críticas de terceros, miradas reprobatorias, he ido enfrentándolos uno a uno con amor y paciencia.

Escuchar a mi hijo de 2 años y 9 meses decirme “mamá quiero lechita” y saber que no voy a sacar una cajita de leche sino que mi propio cuerpo se va a encargar de darle lo que necesita, que lo ha hecho desde el primer día, evolucionando en su composición, es sumamente satisfactorio y es pago suficiente para el esfuerzo y dedicación que continuaré hasta que me sea posible.

Darle de mi leche a mi hijo cambió mi perspectiva de lo que era lactancia materna, la fortaleció. En este proceso he aprendido más sobre las personas, sobre los bebés, sobre la vida, sobre la bendición infinita que es tener a un hijo bien alimentado, con salud, creciendo sano, sobre la caridad y el amor al prójimo, y pude conocer un mundo nuevo, la donación de leche. Las maravillas de la leche materna no se limitaron únicamente a mi hijo, gracias a la fundación mi leche pudo llegar a alimentar y beneficiar muchos niños, sobre todo aquellos más vulnerables, bebés prematuros y bebés hospitalizados. Sin duda la bendición de la leche se puede también multiplicar.

 

Nancy Murillo Cedeño

Fundadora