La llegada de un bebé prematuro cambia muchísimas cosas de la dinámica familiar. Desde cambios de trabajo, de organización y de aprendizaje hasta la forma en la que se ve la vida. Cuatro familias con cuatro historias muy diferentes compartieron con La Nación su experiencia.

Familia vivió la historia de dos prematuras

La familia Vásquez Quintana sabe lo que es tener no solo una si no dos hijas prematuras.

La primer bebé  fue la que más obstáculos enfrentó al venir al mundo. Quienes ven a Mariángel, hoy de nueve años, como una niña risueña, hablantina, que baila ballet y que se eximió de sus exámenes finales en más de una materia, no se imaginan que nació a las 26 semanas de gestación y que tenía parálisis del lado izquierdo, displasia pulmonar y displasia de cadera.

A esta menor, que nació luego de seis años de tratamientos de fertilidad, los médicos no le daban mayores probabilidades de vida. Creían que podría morir la primera noche o la primera semana.

“Se esperaba que si vivía, la parálisis evolucionara hasta hacerse severa y que tuviera muchas secuelas. Solo en los primeros meses tuvo seis internamientos. Los médicos me decían que dependía de un milagro, y que tendría una hija con muchos daños cerebrales y en otros órganos, pero nada de esto pasó”, relató Leyla Quintana, madre de las niñas.

Compañía.  Hace dos meses y medio nació Maripaz, también prematura, pero con un mayor crecimiento, pues llegó  ala semana 33 de vida en el útero.

“Con ella ha sido completamente otra cosa, hemos pasado menos apuros. Fue una sorpresa el embarazo, pero ya sabíamos la posibilidad que tenía de ser prematura y teníamos más información a mano”, dijo esta vecina de Cartago.

Para esta familia, lo más importante que debe tenerse en el caso de bebés prematuros es una red de apoyo familiar.

“La familia ayuda muchísimo. Hay que crearse una red con papás, abuelos, tíos y hasta hermanos mayores para así ir saliendo adelante, sobre todo durante los primeros días.  Otra cosa  fundamental es la estimulación según las necesidades del bebé, la terapia puede hacer la diferencia para que las consecuencias para su desarrollo sean mucho menores”, concluyó Quintana.

Prematuridad de su segunda hija la impulsó a crear negocio

Helena Cantillo nació hace casi cinco años a las 31 semanas de gestación y tuvo que pasar durante casi un mes en el hospital para ganar el peso y tener las condiciones necesarias para llevar una vida adecuada.

«Los primeros 20 días no pudimos cargarla, la veía solo tres veces al día durante 20 minutos. Ella siempre estuvo muy bien, necesitó poco oxígeno, pero igual, al salir del hospital, teníamos que ir a citas a cada rato», recuerda Jennifer Montero, madre de Helena.

Al ver el desarrollo de su segunda hija esta mujer cayó en la cuenta de que no todos los productos de bebés estaban diseñados para prematuros.

Así fue como, a raíz de un regalo de una amiga, se le ocurrió confeccionar un cargador que le permitiera a las mamás de estos bebitos cargarlos la mayor parte del tiempo y realizar actividades cotidianas. El contacto piel con piel en los prematuros es vital y ella quería idear algo que sirviera para cumplir con este cometido.

«Soy hija de sastres y mi papá me había enseñado a coser. Entonces primero hice mis cargadores de diferentes tipos. Decidí abrir mi Facebook con un perfil que se llamaba ‘Cargando a Helena’ y la idea era contar mi historia con la experiencia de cargarla piel con piel», dijo esta vecina de Rancho Redondo de Goicoechea.

Luego, varias mamás que se encontraba en las citas médicas le pidieron hacer cargadores para ellas y así, más y más personas le hicieron encargos.

«Cuando me di cuenta ya tenía mi negocio. No podía creer que de algo tan duro como fueron los primeros días de Helena fuera a nacer mi empresa, pero Dios actúa así», comentó Montero.

Hoy, casi cinco años después, sus cargadores pueden conseguirse en diversas tiendas y ella tiene un trabajo que le permite estar cerca de sus dos hijas.

Amor de madre hasta la muerte impulsa padre a luchar por su hijo

Catalina Vega, la esposa de Rubén Mejía murió justo un día después de dar a luz a su hijo Alejandro, a las 33 semanas de gestación.

Ella padecía lupus (enfermedad en la que el sistema inmune ataca tejidos sanos por error), lo que complicó no solo su vida, también ocasionó que desde la semana 30 Alejandro no tuviera crecimiento dentro del útero.

«Era muy frágil, muy delgadito y muy pequeñito. Yo sabía que pretender hacerlo todo era imposible. Por dicha la mamá de Cata siempre está muy presente. Mi mamá y mi hermana viajaron desde Colombia para estar conmigo los primeros días, luego conseguí a Alcira (una señora que ayuda con el cuido) y ha sido una maravilla», afirma Mejía.

Hoy, año y ocho meses después de su nacimiento, Alejandro es un niño con una talla y peso normal para su edad, brinca, corre, balbucea y no tiene ningún tipo de secuelas en su desarrollo.

«Desde el principio fue muy fuerte. Al principio, en el hospital me dijeron que iba a estar internado mes y medio, y me lo pude llevar a los 20 días, porque creció mucho; se supone que los prematuros ganan entre 20 y 25 gramos de peso al día, pero Alejandro había días que subía hasta 70 gramos», recuerda Mejía.

La buena evolución de Alejandro se debe en parte a que gracias a que unas madres en período de lactancia se enteraron de la situación, buscaron la forma de donarle su leche para que pudiera tener el desarrollo ideal.

La historia llevó a fundar la Fundación Banco de Leche Humana Catalina Vega, que –entre otras cosas– ayuda a abastecer el Banco de Leche del Hospital de San Ramón (que sirve a todo el país). Mejía reconoce que esta iniciativa es un gran aliciente para estos niños y sus familias.

Padres agradecen cada logro de su ‘pequeña’

Tiffany Sofía Montiel Castro nació a las 27 semanas de gestación y pesó solo 715 gramos.

 

Una preeclampsia (presión alta en el embarazo) que nunca se le diagnosticó a su madre Delmar Castro, fue el inicio de inflamaciones en el cuerpo de mamá y bebé que precipitaron el nacimiento, además de problemas oculares y parálisis cerebral en la niña. Sin embargo, esta josefina de casi cuatro años de edad todos los días gana batallas.

«Cuando la fui a ver al hospital quedé impactado. Pensé ‘esa cosita tan pequeña no puede ser mi hija’. Salí destrozado, pero le dije a mi esposa ‘la niña está bien’. Yo le mentí, pero ella también estaba muy grave como para malas noticias. Aún así hemos visto como Dios la tiene cada vez mejor», comenta Gerlad Montiel, padre de la menor.

Castro agrega: «me dijeron que me despidiera de ella, que no iba a vivir mucho. Me dijeron que si vivía podía quedar como un vegetal. Los dos niños que estuvieron con ella en Cuidados Intensivos sí murieron, pero ella salió adelante».

Avances. Tiffany sigue cosechando victorias. Contra todo pronóstico médico, ella puede respirar por sí sola y puede saborear la comida hecha puré o los helados. También ríe, se enoja y demuestra amor a sus papás. Su familia asegura que sabe reconocer cuándo la regañan y cuando alguien le está haciendo bromas.

«Nos gusta llevarla a pasear con nosotros. Ella no puede hablar y ni caminar, pero por lo demás vemos una niña normal. La hemos llevado a ríos, al Parque de Diversiones y a fiestas y sabemos que se la pasa bien. Salir le hace bien, quedarse en la casa más bien la enfermaría», asegura Montiel.

Castro considera que en todo este proceso el apoyo familiar ha sido vital. «Mi familia es un gran apoyo. Nos dan ayuda de todo tipo, incluso económica, porque yo tuve que dejar de

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